Vías Y Cruces

 
 
        El tiempo litúrgico que marca el añalejo -tiempo de recogimiento y meditación- también propicia un recorrido sosegado por las Cruces que jalonan nuestras calles y plazas, a veces miradas sin ser vistas, como ocurre en el juego de "figuras planas en tres dimensiones".
        A partir de El Carmen se puede trazar un itinerario secuencial que enlace todos esos lugares que dedican un homenaje al signo cristiano, o lo dedicaron en otros tiempos, y con merecedores de un consideración profana.
        La del Carmen, es en principio, una Cruz tumularia comendadora de todas aquellas victimas de las epidemias de los siglos XVI y XVII, yacentes bajo la plaza, en tumba común. Es en la localidad, la única borneada (embolada en los remates), probablemente a imitación de las granadinas de San Miguel, la Rauda o la del barrio gitano. (Los canteros de Gredos fueron diestros en moldear a golpe de escoda las bolas para sus cruceros y humilladeros). Cada Martes Santo, "El Preso» y La Misericordia, escuchan junto a la Cruz la sentencia infame del juez inicuo: ¡Que lo crucifiquen!

        Por el Camino de las Cañas llegamos al Curucho donde tomamos calle Santiago arriba. Sobre la fachada del número 28 destaca una crucecita metálica y negra, con los extremos cortados al sesgo y un alargado "inri", casi como un segundo travesaño, que le da visos de cruz patriarcal; los adornos vegetales en escayola que la rodean acentúan el fervor del exvoto.
 
          Callejueleando por encima de la calle Cartuja se alcanza la Cruz de Montoya. Pero ¿quién fue Montoya? Quizás un gitano herrero. del XVIII, atribulado y comprometido, causante de un singular legado. El exiguo ensanche de la calle arrebuja un balconcillo a ras de tierra que reserva la Cruz: Madero marrón, trebolado en los extremos y amplio escudete circular con doce potencias o espinas. La embocadura del balconcillo está protegida por una verja de dos hojas con adornos en forma de crisantemos ¡Un antológico Rincón andaluz!

          Las calles Gloria Alta y Enrique Montero conducen a La Posta. Desde que la antigua carretera de Granada, se transformó en avenida, una pilastra, en el arranque, anuncia el topónimo «Avenida Enrique Martín Cuevas», a la vez que yergue en el ábaco una Cruz forjada por "El Pompa" conforme a diseño que trazó Juan de Avalos, el escultor del Valle de Los Caídos, para Juan Antonio Escribano Castilla. Sin larguero ni travesaño, se configura mediante volutas, ringorrangos y medias lunas soldadas; y como soportes, cuatro cimacios. Una filigrana en hierro para una supuesta "puerta judiciaria".
        Subimos por la antigua carretera en busca del Puente del Pañero; conforme nos acercamos a la primera curva, la calzada se va haciendo pina, y tortuosa por la curva de la ese; mientras el paisaje dilata horizontes, los bofes reclaman un alivio "cirenaico". En el alud que domina el puente, una deteriorada cruz de latón recuerda el atraco y muerte de un trajinante en paños, según epitafio grabado en el oscuro cipo: Don Pedro García Estévez, natural de Fortuna, murió alevosamente a la edad de 40 años, el 19 de abril 1792. RIP.

      Regresamos por la "caminata" de San Nicolás, y San Antonio, hasta la calle de Las Cruces., rumiando sevicias y perdones, drama y redención.

      En el numero 33, el motivo que da nombradía al lugar desde hace más de dos siglos: tres cruces pintadas en una sencilla hornacina, antigua Estación del Vía Crucis «Las Cruces de San Antonio"

        A lado y lado de la Rambla Capuchinos desaparecieron cuatro cruces: la de los Gitanos, en la plaza de Alceo; la de Capuchinos, donde se despedían los entierros tras rezar el último responso (dicen que siglos atrás coronaba una picota, aunque, por fotografías de primeros de siglo, sospecho que la columna de ejecución debió estar delante de la Divina Pastora); la de Roelas, situada en las inmediaciones del fielato que hubo en la confluencia de la calle de la Cruz con Santísimo, recordando la muerte de un vecino con tal apellido; y la de La Aurora, en la explanada que separaba la ermita de la fuente-abrevadero. conjunto destruido en 1936, donde después ce colocó provisionalmente la Cruz de los Caídos. Un dibujo de  Antonio Garrido del Castillo testimonia la pétrea severidad de la Cruz de la Aurora.

     

         Calle Nueva abajo se avista la del Cerro de la Patrona; un monumento de piedra, agua y geráneos, para homenajear al Ejercito y periodificar la guerra (en el pedestal de la Cruz luce un escudo laureado; en los pilares laterales figuran las fechas 18 de julio de 1936 y 1 de abril de 1939).Antes de la guerra ocupaba el mismo lugar una Cruz de chapa calada, existente ya en los albores del siglo XX, y que, como los cruceros de atrio, advertía al visitante del carácter sagrado del recinto.

     
         Tornamos al centro de la ciudad, y en los Jardinillos encontramos, sobre columna de brazos afarolados enseñoreando la plaza, la Cruz que en la Rambla Capuchinos testimoniaba postreros viáticos. Es ciertamente una obra de herrería graciosa y original. combinación de Cruz latina y aspa de San Andrés, emergiendo de una esfera gallonada.

       Siguiendo por Catalanes y Postiguillo encontramos en Cruz de Conchas. Sobre la fachada alta de un tajamar urbano campea el signo cristiano integrado por triple fila de tornasoladas valvas marinas; sus ecos sedujeron los sueños de Díaz Moreu y de Nicolás González.
          Por último, rendimos la andadura en la Cruz Verde. Cruz Verde que fue emblema preclaro en el estandarte real de León y Castilla; Cruz verde de madera que fue fiel contraste en autillos de herejes; Cruz Verde que ha sido reliquia histórica de un pueblo; que hoy es objeto de expolio y despojo, y que, si no lo remediamos, mañana se va a convertir en otro legitimo reproche contra una generación insensata.


         No hemos pretendido ser peregrinos de un Vía Crucis penitencial, si no viadores de la Cruz motrileña, en catorce secuencias, y depositantes de un voto particular ante el desmantelamiento generalizado de la tradición popular urbana.

 

Artículo cedido por José López Lengo  Ldo. en Derecho.
Escrito en  Madrid, noviembre, 1994. y publicado en la revista Motril Cofrade en 1995


 

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