D. Federico Gallardo del Castillo.

Nace en Lújar, Granada en 1866, hijo de D. José Gallardo Huete y de Dña. Josefa del Castillo Cuadros. En 1888. termina los estudios de magisterio e imparte docencia en el colegio de San Pablo de Granada. En el año 1894. El 30 de Junio contrae matrimonio con Dña. Adelina Barros Montoya.

A requerimientos de algunos Sres. motrileños funda en nuestra ciudad de Motril un colegio de primera enseñanza. Durante este dilatado tiempo de docencia, D. Federico tuvo la colaboración de su esposa y de los profesores que a continuación figuran:

Dña. María de los Ángeles Barros Iñiguez de Betolaza y de la Baca

Dña. Magdalena Arcas Cortés.

D. Antonio Ayudarte Rodríguez.

D. Francisco Megías López.

D. Luís Correa Rubiño.

D. Antonio González López.

D. Manuel Zúñiga.

1925. El ayuntamiento acuerda rotular con el nombre del inolvidable pedagogo la calle dónde se ubica el colegio, C/ Don Federico Gallardo del Castillo.

1944. Por orden del ministerio de trabajo, el 17 de Julio se le concede la medalla al mérito en el trabajo.

1950. El 21 de Marzo a causa de su precario estado de salud cierra definitivamente el centro de enseñanza.

El 8 de Mayo de 1950 fallece en Motril causando unánime sentimiento de dolor en el pueblo, constituyendo el sepelio una gran manifestación de duelo. El ayuntamiento le concedió gratuitamente a perpetuidad el nicho 202, lugar dónde descansan sus restos y los de su esposa.

D. Federico Gallardo del Castillo, nuestro D. Federico, fue más que un maestro un símbolo. Un símbolo educativo y moral de una sociedad desaparecida. D. Federico enseño a varias generaciones de motrileños, gramática, aritmética, amor a los padres y respeto al prójimo. Recuerdo aquellos carteles morales con máximas morales. Esas que serian suficientes para que el mundo marchase mejor. Hay una moral social, una moral cristiana y cien morales más, pero por encima de todo hay una moral esencial que consiste en no hacer daño a nadie.

Repito que D. Federico era un símbolo de aquella sociedad que el viento se llevo. Era tal su autoridad moral que trascendía de la escuela para intervenir como arbitro y llevar la paz y la concordia a las desavenencias familiares. Fue símbolo de una sociedad moral, buena, fraterna. Por eso tras su muerte, sus numerosos discípulos, a su conjuro, se reúnen un día cada año, olvidándonos por unas horas de las angustias diarias.

D. Federico y su esposa Dña. Adelina no han muerto porque aún viven en el recuerdo y el cariño de los que fueron sus discípulos.

 

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